domingo, 27 de febrero de 2011

27 de Febrero de 1989. Análisis de Carlos Andrés Pérez



El Nacional, domingo 28 de febrero de 1999

Los diez años transcurridos desde aquella dolorosa fecha, han puesto en circulación diversas versiones sobre la tragedia que vivió Caracas. Cada quien le ha querido dar la interpretación que se amolda a sus objetivos.
Hoy en esta euforia del «chavismo», ese 27 de febrero se ha convertido en la génesis de los sucesos que llevaron al teniente coronel Hugo Chávez a la Presidencia. El propio Presidente ha señalado la fecha como el momento culminante de su propia concepción política sobre Venezuela, frente aquella «masacre» cometida contra el pueblo.

Es la hora de enfocar aquel trágico suceso sin mentira, pasión, ni manipulación.
Dos circunstancias, en primer término, generaron la tragedia: 1) Durante la década de los ’80 se produjo una vertiginosa caída del salario real; y 2) era exasperante la escasez de productos básicos, con la inmensa sospecha de acaparamiento y especulación. Como circunstancia particularmente coadyuvante, el estado de rebelión-insobordinación en que se encontraba la Policía Metropolitana. Muchos fueron los testimonios de personas que vieron a policías vinculándose con los saqueos.

Esa rebelión se había originado en que, desde el primer gobierno de Caldera, los puestos de comando de la Policía Metropolitana habían sido ocupados por oficiales de la Guardia Nacional, en detrimento de los oficiales de policía. A pesar de que habíamos tomado la decisión de diseñar un cronograma para restablecer la organización policial a su estructura anterior, para el 27 de febrero predominaba la misma grave circunstancia de rebeldía e insubordinación.

Cuando en ese día, con motivo del incremento de las tarifas de los autobuses suburbanos, se produjeron los motines en Guatire y Guarenas, se confió plenamente en que la policía restablecería el orden como aparentemente sucedió. Al alto gobierno no llegaron informaciones que permitieran presagiar los saqueos.

El día transcurrió sin incidentes. Viajé a Barquisimeto para inaugurar la Asamblea del Congreso de la Asociación de Ejecutivos y a las 10 de la noche emprendí el regreso a Caracas. Entonces tengo un grave indicio de lo que estaba sucediendo. Cuando llegamos a Caracas la caravana no siguió el rumbo normal. Pregunté el motivo al jefe de la Casa Militar y me indicó que había disturbios en Catia. En El Silencio vi vitrinas rotas.

Llegué a Miraflores y el ministro de la Defensa me dijo no saber que estuviera sucediendo nada anormal. Le riposté duramente lo que personalmente había observado y ofreció llamarme luego de que tuviera informaciones suficientes. Una hora después me llamó para decirme: «Presidente, tiene razón, la situación es grave». Convinimos en que se hacía necesario que el Ejército interviniera para evitar los desórdenes en Caracas, por cuanto la Guardia Nacional no tenía efectivos suficientes. Era necesario traer contingentes del interior, que llegaron en la madrugada, cuando la ciudad ya estaba invadida por los saqueadores. La función preventiva no pudo realizarse y vinieron los lamentables e inevitables enfrentamientos.

Las gentes que salieron a la calle no lo hicieron contra oficinas públicas, ni contra el gobierno, sino para asaltar abastos y mercados. El ejército entró a actuar sobre unas masas desbordadas. Las Fuerzas Armadas no son aptas para enfrentar motines, su formación obedece a objetivos distintos a los de los cuerpos policiales. Pero en aquellos momentos el ministro de la Defensa no tuvo otro recurso sino usar las Fuerzas Armadas en una misión que no les es propia, pero que resultó inevitable.

No se disponía de un cuerpo antimotines. Para cualquier gobierno democrático el objetivo debe ser que nadie pierda la vida y que la acción preventiva pueda conjurar sucesos como los que hoy comentamos.

Esas horas terribles que vivió entonces Caracas, fueron estimuladas, también, involuntariamente, por las cámaras de televisión. Fue una explosión espontánea, no contra un gobierno que apenas se iniciaba. También es falso que fue una protesta contra lo que se llamó el «paquete». Caracas fue el solo centro de esta dramática jornada a pesar de que la televisión llevó imágenes a las otras poblaciones de Venezuela.

No pretendo ocultar la actuación que le correspondió cumplir a mi gobierno para preservar el orden. Mi discurso pronunciado en la tarde el día 28 fue una expresión muy clara de mis sentimientos y mi dolor. No tengo tampoco ningún reproche contra el comportamiento de las Fuerzas Armadas que en tan dolorosas circunstancias hubieron de cumplir con una misión para la cual no estaban preparadas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario